miércoles, 17 de noviembre de 2010

Felicidad propia o ajena: Por Miguel Molina

http://news.bbc.co.uk/hi/spanish/misc/la_columna_de_miguel/newsid_3175000/3175472.stm

A alguien se le ocurrió hacer un estudio sobre la felicidad en sesenta y cinco países, y dos años después nos enteramos de que la felicidad es vivir donde uno vive sin darle muchas vueltas al asunto.

Lo primero que me viene a la cabeza es un ejemplo que ponía José Rojano. "Eres como las hienas. Viven en el desierto, comen excremento y fornican una vez al año, y se ríen", decía con otras palabras antes de soltar una carcajada que rebotaba por todas partes. Fue un hombre feliz hasta que murió.

Tenía razón. Los animales son felices mientras tienen salud y suficiente comida, como resume Bertrand Russell en su "Conquista de la felicidad", un ensayo que escribió para bien de muchos en 1930. El filósofo planteó que el ser humano debería ser feliz, y reconoció que la gran mayoría de nosotros es más bien lo contrario. Los animales no conocen el concepto de la felicidad, y hay humanos que tampoco la han experimentado.

En ese estado pasé el fin semana dándole vueltas a la investigación que hizo la revista New Scientist sobre el tema, pero no me animé a revisitar el texto de Russell, que debería ser lectura obligatoria cuando menos una vez en la vida. Hacía tiempo que no pensaba en la felicidad, propia o ajena.

Bertrand Russell
Bertrand Russell dijo que el ser humano debería ser feliz, si bien la gran mayoría no lo es.

Es que los nigerianos, un pueblo pobre que vive en un país rico, son los más felices del mundo, según la encuesta del semanario, y los más infelices son los rumanos, un pueblo confundido en un país empobrecido. Los rusos, que se convirtieron al capitalismo; los armenios, que llevan siglos sufriendo opresiones y violencias, están sólo por encima de Rumania.

Pero la felicidad tiene alma latina. Los mexicanos ocupan el segundo lugar, los venezolanos el tercero, los salvadoreños el cuarto y los puertorriqueños el quinto, pese a que unos no encuentran todavía el camino que necesitan y mucho menos el que desean, otros están trágica e irremediablemente divididos, otros no tienen mucho porque nunca han tenido, y otros, en fin, tienen una relación ambigua con su patria aunque no la tengan con sus raíces.

Tal vez será que la felicidad es cosa de palabras. El diccionario consigna que la felicidad es un estado del ánimo que se complace en la posesión de un bien, pero también es una satisfacción, un gusto, un contento.

Hay sociedades en que el éxito personal y la posibilidad de expresarse son importantes. En otros países, nos dice el estudio que se hizo entre 1999 y 2000, la familia y la sociedad son esenciales para ser feliz. En los países latinoamericanos la felicidad depende más del carácter de la familia, del matrimonio, de los amigos, de desear menos, de hacer favores y de la fe, religiosa o de otra.

Yo he conocido a gente feliz. Don Pablito Lavalle disfrutó más de cien años casi cada momento de su vida, y era un hombre que cantaba y cuando ya no pudo cantar silbaba y cuando ya no pudo silbar siguió sonriendo. Nunca lo ví enojado, y sé que su vida terminó un martes sin sobresaltos después de escuchar el Aleluya de Haendel.

Por fortuna los felices son muchos y las causas de su felicidad son variadas. A veces se confunden con los alegres, que viven felicidades estentóreas y generalmente colectivas, brevemente intensas, aunque también den gusto porque la risa (y el llanto) nos hacen como los dioses. A veces se parecen a los optimistas, que imaginan la felicidad y acaban por alcanzarla o por perderla. Pero ya dijimos que la felicidad puede ser cosa de palabras.

Quien es feliz sufre por su gobierno, porque perdió su equipo, porque de cuando en cuando se da cuenta de que carece de algo, porque le falta amor, porque ésto o porque lo otro, pero siempre se deja un tiempito para olvidarse de todo y reírse de todo, aunque sea solamente un rato. Todos lo hemos hecho.

La sola idea de que haya pueblos que pueden ser felices aun en la adversidad me maravilla, porque no es una cosa normal en el siglo XXI. Y como la alegría da gusto aunque sea de otros, entro al otoño riéndome como nigeriano. Salud.

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